Creepypasta: El Cuarto Piso.



Era una noche fría de invierno, de esas que se tornan insoportables y solo piensas en llegar a tu cama. Me había juntado con unos amigos a cenar y volvía ahora para mi casa. Sabía que solo me faltaba pasar por el parque Rivadavia y luego tendría dos cuadras.

Caminaba a paso rápido, el frío se me filtraba por la ropa y me dejaba sin aliento, finalmente llegué al parque, y comencé a caminar del lado de la avenida Rivadavia ladeando la reja que protege al parque durante las noches. No había nadie, todo estaba silencioso, era tarde y prácticamente no venían autos por la avenida. Al atravesar los puestos de ventas de revistas y películas. Llegue a la parte del enorme ombú que adorna el parque. Se trata de un árbol inmenso, rodeado por un cantero que se encuentra justo sobre la entrada noroeste del parque, a la luz del alumbrado público, el árbol proyectaba sombras siniestras por el suelo. Pero había algo perturbador en el, algo que hizo que me quedara parado en seco, como si el mundo comenzara a andar en cámara lenta. Una silueta negra paso caminado de tras del ombú.

Por algún motivo, me quede petrificado, la sangre se me helo y sentí un escalofrió recorrer todo mi cuerpo. Mi curiosidad no me permitía salir corriendo, primero porque no había visto nada alarmante, si bien el parque se encuentra totalmente vacío a la noche, podría haber sido un gato, o un perro, pero estaba casi seguro que la silueta era humana y llámenlo presentimiento, pero lo sentí totalmente sobrenatural, ajeno a la normalidad. Me acerque hasta la reja y mire atentamente hacia el ombú intentando encontrar a la persona que merodeaba por allí.

El silencio era total, salvo por el débil sonido de una voz, que tarareaba una canción. Intente entender que era lo que decía, pero solo se escuchaba como un susurro. Entonces comencé a asustarme, el parque estaba vacío, la silueta que había visto ya no estaba más, pero por algún motivo escuchaba ese canto proveniente del ombú, que no llegaba a comprender.

Totalmente asustado, me di vuelta y empecé a caminar rápidamente en dirección a mi casa. Pero cuando había llegado a la mitad del parque comencé a correr y no pare hasta haberlo pasado del todo.
Esa noche llegue a casa y me fui directo a la cama con la melodía resonándome en la cabeza.

La semana siguiente me encontré con mis amigos en la puerta de mi casa, donde acostumbramos vernos para charlar después de cenar.
Hablamos de todo durante una hora, hasta que recordé lo que me había pasado la semana anterior en el parque. Al contarles, muchos se pusieron nerviosos y con la piel de gallina, entonces una amiga me comento, que yo no era la primera persona que había escuchado o visto algo cerca del ombú del parque Rivadavia. Sino que se trataba de una de las leyendas más antiguas de Buenos Aires.

Hace muchos años atrás, rondando el año 1920, cuando Buenos Aires era una ciudad mucho más pequeña y de casa bajas, el barrio de Caballito, barrio donde vivo y se encuentra el parque Rivadavia, era una zona bastante descampada, y allí donde hoy se encuentra el parque, se alzaba la quinta de la familia lezica, una antigua familia de la aristocracia porteña.

Según se dice, los lezica tenían una gran cantidad de servidumbre, y entre ellos tenían a una planchadora, que se encargaba de planchar toda la ropa de la familia. Al parecer, esta mujer de origen africano, era conocida por ser una gran amante. Y durante una fiesta la señora de la casa le ordeno a la planchadora que permaneciera en el jardín trasero para que nadie la viera. La planchadora indignada se retiro junto con su canasto de ropa y la plancha hacia el jardín trasero y se sentó bajo el gran ombú que los lezica tenían en el jardín, cantando repetidamente “La negra planchadora bajo el ombú se queda, planchando trajes y enaguas, para que no la vean”

Aparentemente durante la fiesta, uno de los amantes de la planchadora se presento ante ella, y esta se negó a atenderlo para evitar problemas con su patrona, pero el amante no lo tolero y la asesino ahorcándola. Al dia siguiente el jardinero de la familia encontró el cuerpo al pie del ombú y fue allí donde se la enterró.
Años más tarde los lezica vendieron la quinta al estado y esta permaneció abandonada durante muchos años, hasta que finalmente fue demolida y se construyo en su lugar el actual parque Rivadavia, el cual aún conserva algunos vestigios de la finca de los lezica, como la antigua fuente de estilo colonial, o el viejo ombú que aun vigila con sus raíces retorcidas lo que anteriormente fue el jardín trasero de la finca de los lezica.

Esa noche comprendí que lo que había visto y escuchado, era a la planchadora de los lezica, deambulando cerca del ombú donde fue enterrada, cantando esa melodía entre susurros.

Mis amigos muy entusiasmados quisieron ir a ver. Más relajado, ya que estaba en un grupo numeroso, nos dirigimos hacia el Parque, al llegar nos asomamos por la reja mirando hacia el ombú. No había nada, así que decidimos saltar la reja y entrar. El parque a esa hora estaba desierto, incluso la mayoría de las luces del parque estaban apagadas, haciendo que algunas partes fueran tan oscuras que solo mirar hacia ellas nos producía un miedo irracional. Bordeamos el gran árbol buscando alguna señal de la planchadora pero nada, así que algunos de mis amigos decidieron trepar al árbol. Los Ombu son arboles con muchas ramas bajas, lo que los hace muy fáciles de escalar y proporcionan muchos escondites entre sus raíces retorcidas. Pero nada sucedía.
Aburridos de buscar algo que parecía nada más que un cuento, nos sentamos en el cantero que rodea el árbol, y nos olvidamos por un rato de la planchadora mientras hablábamos y reíamos.

Fue entonces que un amigo nos alerto de un policía fuera de la reja. Asustados por la posibilidad que nos descubriera dentro del parque a esa hora, nos movimos rápidamente entre las raíces y nos sentamos agachados en un hueco que se formaba en la base del árbol. Con las manos en nuestra boca intentando contener la risa nerviosa. Hicimos silencio a la espera que el policía finalmente pase y así poder escapar. El silencio era total, salvo por algún auto lejano que pasaba muy de vez en cuando.

Lo que sucedió a continuación hoy todavía es asunto de discusión entre mis amigos, y solo escribirlo me produce escalofríos. Escondidos entre las raíces del Ombu, y en total silencio, comencé a escuchar una voz muy profunda cantar una canción que no entendía. Era una voz extraña, pero lo más perturbador, fue que la voz la escuchaba justo en mi oído, como si alguien me estuviera cantando en la oreja, y lo peor de todo, es que sentía el aire de la respiración entrar por mi oído, un aire frio que me helo totalmente los huesos.

Sin poder contenernos, algunos de nosotros comenzamos a gritar por pánico, saltando de nuestro escondite y alejándonos del ombú lo más rápido que pudimos. Otros no comprendían que pasaba y solo corrieron de tras nuestro preguntando que sucedía.

Rápidamente saltamos la reja, y sin importarnos el policía que nos gritaba desde lejos, corrimos hacia mi casa sin parar hasta llegar a la puerta.
De los 5 que éramos, 3 sentimos la respiración y escuchamos la canción en nuestro oído, los otros dos nunca sintieron nada. Ellos creían que habíamos salido corriendo porque habíamos visto alguna rata, araña o insecto que nos asusto. No nos podíamos calmar, y mucho menos dormir por separados, así que esa noche dormimos todos en mi casa.

Jamás pudimos entender que decía la canción, algunos de los chicos intentaron reconstruir el verso con palabras que le sonaban similares a lo que habían escuchado, pero la realidad es que nunca pudimos comprender palabra alguna.

Hoy todavía recuerdo esa sensación, esa respiración helada, y esa voz que retumbaba dentro de nuestras cabezas.

Todavía vamos al parque de noche, aunque evitamos el ombú, y si pasamos, solo nos quedamos un rato, pero no volvemos a subirnos ni meternos entre sus raíces.

La gente que trabaja en los puestos de venta de revistas y películas que se encuentra justo al lado del ombú conocen bien la historia. Hay algunos que dice que ciertas noches se puede ver a una mujer vestida con ropas antiguas llevando un canasto de ropa y tarareando una melodía, caminando por el Parque Rivadavia de Buenos Aires. Otros simplemente creen que no es más que una leyenda. Pero les garantizo, que en ese parque, en ese ombú, hay algo fuera de lo común.

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